No te hablo solo porque las
conexiones no son las mejores. Si supiera que mis mensajes llegarán a tu oído o
a tu vista te diría algunas cosas; si supiera que llegarán a tu corazón te lo
diría todo: amorcito, cristal. Y no, no como la cerveza. Cristal de ese que se
rompe, que se quiebra si se cae, el que es bonito y hay que cuidar y tratar con
delicadeza. Tocarlo suavecito como siempre te dije que me gustaba. Suave y
salvaje, combinaciones ambivalentes de mi ambivalente personalidad que no sabes
entender pero que aceptas y de paso sonríes y es como si las cosas por fin se
reubicaran; como si los problemas no existirían y como si yo nunca te hubiera
hecho algo malo. En verdad nunca lo hice, porque no existió la intención de
hacerte daño, de que te duela, de que te quiebres, cristalito. Fue puro
instinto y desolación, una pasión a secas me gusta llamarle. Desolación de
quedarme en el espacio, estática, sin movimientos claros y sin la energía
orgásmica que atribuye el espacio y la alineación de planetas (también los
truenos y relámpagos). Esto no quiere decir que no nos amemos; quizás yo a
veces no te amo y quizás tú a veces no me amas. Pero los dos, unidos, casi como
atados, siempre nos amamos. Es cosa de mirarnos a los ojos y acercarnos para
que nos volvamos a enamorar.
Cada vez que yo te veo comienza una nueva
primavera y el amor rejuvenece.
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