domingo, 20 de junio de 2010

Cuando era chica puse las manos en la estufa y me las quemé. No fue un accidente, no me caí, nadie me empujó hacía la estufa, era yo la que me preguntaba todos los días de invierno qué sensación dejaría poner las manos sobre ella. .Grave error. Un día me decidí, me acerqué a la estufa mientras mi madre conversaba con una vecina. Abrí las palmas y las fui acercando lentamente al fuego. Cada vez estaba más cerca y la estufa más caliente. Como comenzaban a dolerme las manos dije "Ya rapidito no más". El resultado fue un grito que produjo la convocatoria de vecinos y familiares a mi casa. No me morí, no me quedaron huellas en las manos. Una vecina bien viejita trajo una crema de esas naturales que hacen las señoras en el campo porque no creen en los doctores, y al otro día del idilio con la estufa ya estaba jugando afuera con mis amigos a hacer figuras en el barro. Rara anécdota, rara. 

1 comentario:

Le Plume dijo...

Y sigues jugando a la escritura de lo ajeno?? Es encantador, y complejo eso de intentar leer entre la verdad y la verosimilitud. El texto anterior me gustó más que éste, supongo que por lo crítico. Gran talento narrativo, lo sabes. Siga desenvolviéndose y capaz que encuentre para dónde va. Si quiere, por supuesto.